Seguidores

jueves, 24 de enero de 2019

El aroma del café


Antes de tomar el primer trago de café, me gusta oler el humo que sale de la taza. Cuando el humito me amarra el olfato y me mete por un torbellino de placeres, cierro los ojos, miro hacia dentro de mí y como que veo la manera en que el cuerpo se regocija con el brebaje de caracolillo.

- ¿No le echas azúcar?
-No, gracias, alcanzo a responder. Mantengo los ojos cerrados y aspiro imaginando al humito bailando por mis adentros. Tomo el trago de café como si bebiera una ofrenda a la vida y vuelvo a la realidad real, a la que nos está diciendo son las ocho de la mañana y tienes que trabajar.
Bueno, eso de ponerse a trabajar es un decir, porque la jornada de uno varía de acuerdo a las citas que se tenga. Y tranquilamente encendí la computadora para revisar mensajes. Entro a ciertas páginas de notifieros gabachos para ver la situación de la grilla política en el imperio.
Y saz, me topo con la primera nota. El presidente gringo despotricando contra los mexicanos y por la construcción del muro. Luego otra, donde un ex combatiente despedaza a una mujer a punta de balazos. Más allá, leo sobre protestas de los llamados dreamers, o soñadores. Y decido no seguir buscando porque entre más se busque siempre llegas a la misma conclusión: que vida tan escatológica en Estados Unidos, como si estuvieras viviendo el fin del mundo.
Y en eso sonó el teléfono. Fue para solicitar una terapia a domicilio. Claro que sí, respondí, a las 12 voy a su casa.
Salí del apartamento con el tiempo suficiente para estar a tiempo. Llegué y bajé con todo y una camilla que utilizo. Toqué la puerta una vez. Luego otra, hasta que abrieron y cuando saludé a la persona, vi a un hombre que medía como dos metros de altura. Sus brazos y piernas parecían unos troncos. Eran gruesos y fuertes. El cabello cortado a rape y sus ojos miraban como cuando se pide misericordia. Su rostro, era un tributo al dolor.
- ¿El sobador? –me preguntó.
-Sí. Así nos dicen también. ¿Qué le pasa?
El universo de masa corporal se acomodó para dar vuelta, se puso sus manos en su cintura para ayudarse a sostenerse y empezó a caminar, lento como un caracol.
-Hernia discal y la ciática. Me duele toda la cintura, las nalgas, las piernas y los pies. La espalda, la cabeza. Todo me duele.
Dios, exclamé, vamos a ver qué podemos hacer. Extendí la camilla, le puse una sábana y le dije al señor que se acostara. Y mientras lo hacía, con toda la calma del mundo, fui diseñando la estrategia de la terapia. Bajarle el estrés, bajarle lo hinchado en las partes del nervio ciático y en las lumbares donde se le presentó la hernia de disco. A la vez le sensibilizo los puntos energéticos y luego la terapia del campo punto cero.
Hablo con la persona y me relata parte de su vida como inmigrante en Estados Unidos. Sabe que está aquí por su familia, pero el vivir en un ambiente de hostilidad, de andarse cuidando de nada, lo ha puesto a preguntarse sobre el valor de su vida, porque, también, se siente poco respaldado.
Yo empiezo a trabajar. Le doy masajes. Trabajo con energía para reducirle el dolor y la hinchazón. Le digo que se pare y busco la manera de estirarle la espalda, pero ¿cómo si este hombre mide como dos metros y pesa como 150 kilos? Me las ingenio. Le estiro la columna. Hago que se cuelgue de con ayuda de los brazos para que se estire más su columna. Le vuelvo a dar más masaje y cuando ya estaba agotado, le di la terapia del campo punto cero.
Sentí que había avanzado en la sanación y terminé cerrando los campos magnéticos.
El hombre se quedó medio dormido en la cama. Yo cansado, como si hubiera absorbido las malas vibras de este toro.
- ¿Cuándo la otra sesión? –me preguntó.
Traté de consultar para tener una respuesta, pero como estaba muy cansado no alcance a hacerlo y le dije.
-Para mañana, porque lo que traes no es cualquier cosa.
Revisé la agenda y sólo había tiempo a las 8 de la mañana.
-A las ocho. ¿Qué te parece?
-Muy bien.
Yo me fui al apartamento. Cansado, suspendí las citas que quedaban y me acosté a dormir.
Al siguiente día, amanecí igual, como si hubiera estado cargando a ese sujeto de dos metros todavía. Me puse a meditar y tomé una autosanación. Era temprano. Me alcanzó el tiempo para desayunar. Luego enfilé a la casa del sujeto de marras.
Cuando llegué, toqué la puerta y de inmediato me abrieron. Era el mismo toro de dos metros, de unos 150 kilos el que estaba en la puerta. Ahora, sus ojos miraban con alegría. Su cara no era un tributo al dolor sino una honra al placer.
- ¿Gustas un café? –me dijo moviéndose como todo un experto en la cocina.
- ¿Cómo estás? –le pregunté.
Sabes que amanecí muy bien. No me duele nada.
-Pues sí –lo atajé antes de acercarme la taza de café a la nariz-. Todas tus malas vibras se fueron conmigo. Ahora yo soy el que está jodido y no hay quien me sobe.
Olí el café. Era colado. El sujeto se trajo la costumbre de la sierra de Chihuahua para colar café con talega. Le di el primer trago.
- ¿Quieres azúcar?
-No, gracias.
- ¿Eres diabético?
-No. La vida es muy dulce para mí. Así está bien. Gracias.

No hay comentarios: