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viernes, 11 de enero de 2019

Cuando se olvida el bordón




Era una mañana muy fresca. Tan rico sentía el clima que el café que me preparé me supo a una victoria que se iba apoderando en mi garganta. Con cada paso que daba el líquido calientito, era como una llave que iba abriendo las puertas de ultratumba, derribando y suavizando la voz cavernosa que suele salir después de quitarme la última cobija.
Le eché un ojo a un pan de leche, con la intención de sopearlo aunque me dijeran cochino.
En eso estaba cuando entró una llamada a mi teléfono. Por la hebra cibernética entró una llamada que noté titubeante.
¿Oiga, usted es el señor que soba? Me preguntó. 
Sí, le respondí, sin dejar de jugar con el pan de leche en el café. ¿Qué se le ofrece? 
Necesito que me ayude. Pero no sé si usted pueda hacerlo, me dijo con un tono de voz que se debatía entre la poca seguridad y la duda. 
Ni yo tampoco lo sé, respondí. Pero de lo que sí estoy seguro es que usted ya inició su proceso de sanación.
Pero si todavía no me ve, cómo puede decir eso, me atajó.
La sanación inicia desde el momento en que la persona tiene el deseo de sanar. El siguiente paso es que tengamos una cita para continuar con la terapia.
No supe si en realidad le sirvieron mis palabras. No supe si me entendió. De cualquier manera, le di mi número de teléfono y mi dirección, porque es en mi humilde casa donde trabajo las terapias.
Pasó un día. Luego, otro y por allá, en el quinto día, aproximadamente, sonó mi teléfono. Era la misma señora, de quien yo pensé que me había olvidado.
Ya estoy en la dirección que me dio, me dijo.
Muy bien, respondí, salgo a la calle para encontrarla.
Cuando abrí la puerta, ya estaba ahí, parada con cierta dificultad, sosteniéndose con un bordón. Su mirada me dijo más que mil palabras, como que estaba decidida a recibir la terapia y como que se arrepentía al mismo tiempo. Era como un deseo de estar y no estar. Me miraba a los ojos y nerviosamente bajaba la mirada. Como que le daba pena molestar, como si el valor de su persona cayera tan estrepitosamente como la bolsa de valores en crisis.
Pásele, le dije. Y le ayude tomándole de los brazos para guiarla a la cama que utilizó para las terapias. Acuéstese boca arriba. Esta es la cama de los sacrificios, le dije en son de broma.
¿Qué va hacer conmigo? Me preguntó con cierta inquietud.
Vamos a trabajar una terapia, le dije, y esto quiere decir que vamos a trabajar para curarla de eso que llaman enfermedad.
Pero lo que yo tengo es esclerosis múltiple. ¿Podrá con ello?
No quiero decirle que sí, porque no quiero caer en una mentira, ni es necesario hacer promesas porque luego lo acusan a uno de charlatán, le respondí. Pero sí le digo que si usted tiene fe en usted misma, confía en que puede sanarse, pues ya llevamos el 50 por ciento del terreno recorrido.
Vamos a trabajar en diferentes niveles para curar su enfermedad. No sólo en el nivel físico, porque vamos a entrarle para calmarle las emociones viscerales, porque esas emociones son las que provocan estas enfermedades.
El objetivo, seguí explicándole, es bajarles unas rayitas a sus miedos, a sus corajes, a sus envidias para que nos ayuden a comprender que estamos viviendo un mundo amplio, compartido. Y que en ese mundo podemos ser felices y vivir con amor, para que nuestras creencias nos permitan estar en paz con nosotros mismos.
Y comencé a darle unos masajes en los puntos energéticos, con el fin de sensibilizar a la señora y poder trabajar la energía a la que nos lleva la terapia del campo punto cero. Pero, como lo esperaba, en cualquier punto que la tocaba, era un dolor espantoso para ella.
Y decidí trabajar la terapia nierika. Abrí nuestros campos magnéticos, hice una oración trascendental para entrar al estado del campo punto cero y empezar la sanación.
Cuando terminé este proceso, inicié los trabajos del masaje terapéutico. Y para mi sorpresa, el dolor espantoso que tenía como que había sido barrido cuánticamente. Le di masajes en la línea correspondiente a la columna vertebral, desde la planta de los pies, con la técnica de la reflexología, pasé por los tobillos, el cóccix, el sacro y la zona lumbar. Luego le di masajes para sus glándulas y órganos como el corazón, el páncreas, la pituitaria, la tiroides, las suprarrenales, el bazo y los riñones. Y también le di un masaje craneal que arruinó la trenza que había hecho con su cabello.
Fue un trabajo que me llevo alrededor de una hora. Y decidí concluirlo porque tuve la sensación y seguridad de que hubo avance importante en la sanación de esta señora.
La señora se levantó. Se puso los tenis y se tomó el cabello sintiéndolo todo desparpajado.
La miré y le dije. Mire señora, no se preocupe por el cabello. Es lo de menos. Lo único que va a pasar es que voy a despertar la envidia de mis vecinos.
¿La envidia? ¿Por qué? Me preguntó con incredulidad.
Mis vecinos se mueren de envidia cuando ven salir a una bella mujer de mi casa despeinada y sonriente, le respondí.
Ella terminó de alinearse el cabello y salió casi corriendo. Me voy porque tengo que atender a mi hijo.
Y se fue y yo me quedé contento por el trabajo realizado. 
Y en eso miro al lado de un sillón de mi casa y me doy cuenta que ahí estaba el bordón de la señora.
ra una mañana muy fresca. Tan rico sentía el clima que el café que me preparé me supo a una victoria que se iba apoderando en mi garganta. Con cada paso que daba el líquido calientito, era como una llave que iba abriendo las puertas de ultratumba, derribando y suavizando la voz cavernosa que suele salir después de quitarme la última cobija.

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