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martes, 5 de marzo de 2019

HASTA SIEMPRE RUBÉN


En una de las últimas visitas que le hice a nuestro querido camarada Rubén, aproveché para darle las gracias. Gracias por lo que me enseñaste y las lecciones que nos diste en una época en que nuestro corazón palpitaba como un fuerte tambor por la liberación social, por la revolución socialista y con entereza gritábamos patria o muerte, en un contexto de represión policíaca y militar.
En especial, le di las gracias porque él fue quien encabezó una protesta que nos salvó la vida a varios compañeros que militábamos en el Partido Revolucionario de los Trabajadores.
Fue el 10 de agosto de 1977. Apenas iba a cumplir los 17 años, cuando nos enteramos desde temprano, de un supuesto operativo de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Tomaron por asalto un camión que transportaba a los trabajadores de una empresa frigorífica de Hermosillo, para repartir el periódico Madera, que editaban para convocar a la lucha armada en todo el país.
Con todas las sospechas del mundo, nos empezamos a comunicar entre los compañeros perretistas, con el fin de auto protegernos y comprender lo que estaba pasando. Debíamos organizar una defensa en base a la movilización.
La primera noticia lamentable que recibimos, fue que un escuadrón de la famosa Brigada Blanca, había secuestrado al compañero Isidro Leyva.
Nos reunimos en la casa que rentaba el compañero Jossy, originario de San Luis Río Colorado, que se encontraba a un lado de la cantina del Pluma Blanca.
Discutimos bajo tensión. No podíamos dejar sólo al compañero Chilo y decidimos salir a la calle para hacer pública la represión. Se hicieron volantes donde se relataba la cacería de brujas que se había desatado contra los dirigentes sociales de Hermosillo. Y en una brigada nos dirigimos al mercado municipal.
Desde que empezamos a distribuir los volantes, sentí la persecución. Esto hay que hacerlo rápido, me dije, a la vez que repartía la propaganda. En el mercado municipal, se me acercó un hombre paras pedirme un volante. En cuanto lo vi, la sospecha se apoderó de mí, porque reconocí su cara en un par de veces y en diferentes partes del recorrido que llevábamos. Me están cazando, me dije urgido. Y cuando intenté correr, el tipo me alcanzó de un brazo, sacó una pistola y me la encajó en la espalda. ¡Cálmate perro, si no te va a llevar la chingada!
Eran como las 11 de la mañana. Me subieron a golpes y empujones en un carro y me trasladaron a los separos de la PGR. Me bajaron con los ojos vendados y a partir de ahí, no cesaron los golpes con la palma de sus manos sobre mis oídos. Los puñetazos en las partes blandas eran lo que mejor hacían. Me sacaron los mocos, me hicieron vomitar. Y después de eso, me ahogaron en la taza de un baño.
Todos esos golpes, todas esas ahogadas, esas patadas, todo eso y más, iban acompañadas de una pregunta: ¡¿quién es ese lenoncito?! Mi sola respuesta de no sé, provocaba una marea alta de puñetazos y patadas, de zambullidas en un inodoro donde esos desalmados orinaban frente a mí.
¿Dónde está ese lenoncito? ¿Dónde guarda las armas?
Me preguntaban una y otra vez. Y ante cualquier insinuación que daba, arreciaban los golpes. Y comprendí que el silencio era mi mejor respuesta.
Se cansaron de torturarme. Se ablandaron conmigo. Hasta me llevaron unos huevos guisados con frijoles y unas tortillas de maíz. Había perdido la noción del tiempo. La hora no podía estimarla porque me tenían en una celda oscura.
En eso, los de la brigada blanca, volvieron al ataque.
-Vamos a ver hijo de tu puta madre si no nos dices dónde está ese lenoncito.
En ese año, estudiaba en el Colegio de Bachilleres. Habíamos organizado un movimiento estudiantil para detener el aumento a las colegiaturas que nos habían anunciado. Preparábamos el apoyo a la lucha que darían en un futuro cercano los maestros, maestras, trabajadores, trabajadoras del Cobach para obtener el registro legal como sindicato independiente y democrático.
En medio de los golpes, comprendí la razón de mi secuestro. La Brigada Blanca quería descabezar los movimientos que se avecinaban.
Entraron de nuevo los guaruras y me dijeron: ya tenemos preparadas tus botas de concreto para tirarte a la presa. Te las vamos a poner si no nos dices dónde está ese pinche lenoncito.
Me llevaron a rastras al baño. Para estas alturas de la represión, encontré la manera de burlarlos. Tenía capacidad de durar poco más de 3 minutos bajo el agua y cuando me sumergieron en una taza llena de agua con orines, con el cuerpo holgado empecé a contar uno por uno los segundos hasta llegar a los 60. Solté un poco de aire y guardando una reserva de oxígeno, fingí unos estertores de ahogamiento. Volví a contar, 1, 2, 3, hasta llegar al 20, de plano, solté el cuerpo. Me sacaron de la taza y yo mantenia como tesoro, una pequeña reserva de oxigeno en mis pulmones.
-¿Dónde guardas las armas que te dio el lenoncito ese?
Y antes de que me metieran de nuevo a la taza, por allá a lo lejos, escuché una voz de protesta. Una voz que exigía la libertad de los presos políticos. Libertad para Isidro Leyva. Libertad para José Luis Jara.
Era una voz inconfundible para miles.
El guarura de la Dirección Federal de Seguridad me metió de nuevo a la taza del baño y yo sólo dije en el silencio aterrador que sólo se da en un estado de ahogamiento; Allí está tu Lenoncito, cabrón hijo de perra. Y empecé a contar de nuevo 1, 2, 3, 4, 5…hasta llegar al minuto para a volver a armar el teatro bajo el agua con orines, con golpes y mentadas de madres.
Fueron los últimos momentos de esa tortura que todavía me acompaña, de esa noche del 10 de agosto. Al siguiente día, muy temprano, me subieron a un carro y con todo el cinismo e impunidad del mundo, esos agentes de la policía política mexicana, me arrojaron del vehículo en la vía pública, por la calle Matamoros, frente a lo que fue, en ese tiempo, Librolandia.
Rubén me salvó la vida. Doy gracias por ello. Gracias le dije ayer. Gracias lo digo hoy. Y gracias lo diré siempre

jueves, 24 de enero de 2019

sanación a distancia


No era un fin de semana cualquiera. Nos habíamos reunido unas 15 personas para recibir el taller del Camp Punto Cero. Y tuvimos la suerte de que el tallerista fuera Pedro Reygadas. Él y su esposa Josefina Guzmán trabajaron y diseñaron esta terapia luego de una experiencia fuerte en la vida de esta familia.

Nos preparamos con café, botanita, fruta y algunos compañeros trajeron unos paquetes de galletas para dominar a la lombriz, por si nos atacaba en los momentos del taller.
Pedro inició el trabajo abriendo los sentidos de la gente y uno que otro se quedaba fuera de lugar, como si no comprendiera este proceso. Y así fue Pedro, uno por uno, abriendo los campos magnéticos, haciendo una oración trascendental para cada uno, con el fin de armonizar su energía con cada uno de nosotros para que tuviéramos la sensibilidad y la energía necesaria para captar la información del curso, pero en especial, para que cada uno pudiera, a la hora de las prácticas de las sanaciones, entrar al estado del campo punto cero y poder proceder con la sanación.
Fueron dos días intensos. Sábado y domingo, con impartición de la teoría que respalda una excelente explicación de la terapia en la primera jornada. Ya en la segunda parte, entramos a los ejercicios de sanación dirigidos por Pedro.
Pedro nos dividió en parejas, con el fin de que una sane a otra y viceversa. Cada quien quiso una sanación. Yo pedí que me sanaran el corazón y la sorpresa que me llevé fue que la persona que me tocó, me dijo que no encontró problemas en mi motorcito. Bueno pues, le dije, traigo un malestar en mi rodilla. Y en efecto, era un dolorcito que me impedía subir con facilidad escalones o escaleras. Me dolía la rodilla para correr y para realizar cualquier movimiento que necesitara más esfuerzo del normal. Y mi compañera sanante, abrió nuestros campos magnéticos, realizó la oración trascendental para entrar a nierika y desde lo más profundo de su corazón ordenó la sanación de mi rodilla derecha. Y así, cada quien se quiso sanar de lo que le molestaba. Y la sorpresa para mí fue que ni me di cuenta que el dolor de mi rodilla había desaparecido como por obra mágica.
Cada uno de nosotros nos quedamos sorprendidos por lo que estábamos viviendo. Nadie nos lo contó. Nosotros mismos fuimos testigos y protagonistas de algunas sanaciones.
Pero las sorpresas no terminarían con este ejercicio. Fueron algunas. Pero para no hacer el cuento muy largo, me voy a lo último que pasó.
Antes de que terminara el taller de la terapia del Campo Punto Cero me hablaron por teléfono para decirme que un ser muy querido mío lo habían hospitalizado porque le pegó un infarto en el corazón.
Su estado era muy delicado. Era el segundo paro cardiaco que le pasaba. De inmediato hablé con Pedro y los compañeros del taller. Les pedí de favor si podíamos enviarle sanación a distancia a esta persona. Y sí, Pedro y todos los demás aceptaron con gusto. Pedro nos recordó que la terapia se basa en el amor incondicional, como una manera para entrar al estado del campo punto cero.
Pedro nos dijo: hagamos una rueda entre todos. Y tu José Luis te pones en el centro. Todos nos vamos a elevar a nierika (o al campo punto cero) y le vamos a enviar luz sanadora a José Luis, que va a trabajar como una antena. Y tu José Luis, cuando sientas la energía de todos, trabaja la sanación a distancia. Todo es con profundo amor y por el más alto bien.
Procedimos. Eran como las dos de la tarde e hicimos el círculo y yo me puse en el centro. No sé cuánto tiempo pasó, no fue mucho, cuando empecé a sentir la energía de todos y todas. La entrada de la energía la sentí como si yo fuera un bulbo que va tomando potencia poco a poco. Y en ese momento, pedí instrucciones a mi ser superior para que el trabajo me saliera bien. Las luces se empezaron a presentar en mis ojos que los tenía cerrados. Se me presentó la imagen de esta persona querida y la empecé a envolver con la energía ordenando la sanación de su corazón, de sus arterias, sus venas y que dejara pasar todas las presiones y emociones viscerales que le provocaron el infarto.
Como que hubo un mensaje y una de mis manos empezó a temblar como diciéndome que el trabajo ya estaba hecho. Concedido, concedido, concedido, dije tres veces y tres veces di gracias.
La sanación terminó. El taller terminó y de inmediato, mi adorada Dulcinea y yo nos trasladamos al hospital, donde estaba esta persona muy querida mía con un infarto en el corazón.
Cuando llegamos, lo primero que nos dimos cuenta es que los familiares de esta persona tenían otra cara. Las sonrisas de alegría les estaba dibujando el rostro.
Pedí que nos dieran oportunidad de entrar. Y cuando vimos a esta persona, nos dijeron: ya comió, ya fue al baño solito y ya está platicando como si nada hubiera pasado.
Qué pasó le dije. Pues mira, aquí estoy de nuevo. Pero ya estoy bien.
Una pregunta, le dije: ¿A qué horas comenzaste a sentirte bien?
Como a las dos de la tarde, nos dijo. Y su esposa agregó: a esa hora empezó a moverse, a platicar, a bromear y a las tres de la tarde ya traía mucha hambre.
Si, le dije, mirando a mi esposa, insinuándole la coincidencia en la hora que le mandamos sanación y la hora en que esta persona empezó a sentirse bien.
Sí funcionó la sanación, me dijo.
¿De qué hablan? Nos preguntó esta persona.
Luego te explico, le dije, vamos a dar chanza a las personas que quieren verte. Lo que sí te digo, es que enfermo que caga, come y mea, que el diablo se lo crea.

El aroma del café


Antes de tomar el primer trago de café, me gusta oler el humo que sale de la taza. Cuando el humito me amarra el olfato y me mete por un torbellino de placeres, cierro los ojos, miro hacia dentro de mí y como que veo la manera en que el cuerpo se regocija con el brebaje de caracolillo.

- ¿No le echas azúcar?
-No, gracias, alcanzo a responder. Mantengo los ojos cerrados y aspiro imaginando al humito bailando por mis adentros. Tomo el trago de café como si bebiera una ofrenda a la vida y vuelvo a la realidad real, a la que nos está diciendo son las ocho de la mañana y tienes que trabajar.
Bueno, eso de ponerse a trabajar es un decir, porque la jornada de uno varía de acuerdo a las citas que se tenga. Y tranquilamente encendí la computadora para revisar mensajes. Entro a ciertas páginas de notifieros gabachos para ver la situación de la grilla política en el imperio.
Y saz, me topo con la primera nota. El presidente gringo despotricando contra los mexicanos y por la construcción del muro. Luego otra, donde un ex combatiente despedaza a una mujer a punta de balazos. Más allá, leo sobre protestas de los llamados dreamers, o soñadores. Y decido no seguir buscando porque entre más se busque siempre llegas a la misma conclusión: que vida tan escatológica en Estados Unidos, como si estuvieras viviendo el fin del mundo.
Y en eso sonó el teléfono. Fue para solicitar una terapia a domicilio. Claro que sí, respondí, a las 12 voy a su casa.
Salí del apartamento con el tiempo suficiente para estar a tiempo. Llegué y bajé con todo y una camilla que utilizo. Toqué la puerta una vez. Luego otra, hasta que abrieron y cuando saludé a la persona, vi a un hombre que medía como dos metros de altura. Sus brazos y piernas parecían unos troncos. Eran gruesos y fuertes. El cabello cortado a rape y sus ojos miraban como cuando se pide misericordia. Su rostro, era un tributo al dolor.
- ¿El sobador? –me preguntó.
-Sí. Así nos dicen también. ¿Qué le pasa?
El universo de masa corporal se acomodó para dar vuelta, se puso sus manos en su cintura para ayudarse a sostenerse y empezó a caminar, lento como un caracol.
-Hernia discal y la ciática. Me duele toda la cintura, las nalgas, las piernas y los pies. La espalda, la cabeza. Todo me duele.
Dios, exclamé, vamos a ver qué podemos hacer. Extendí la camilla, le puse una sábana y le dije al señor que se acostara. Y mientras lo hacía, con toda la calma del mundo, fui diseñando la estrategia de la terapia. Bajarle el estrés, bajarle lo hinchado en las partes del nervio ciático y en las lumbares donde se le presentó la hernia de disco. A la vez le sensibilizo los puntos energéticos y luego la terapia del campo punto cero.
Hablo con la persona y me relata parte de su vida como inmigrante en Estados Unidos. Sabe que está aquí por su familia, pero el vivir en un ambiente de hostilidad, de andarse cuidando de nada, lo ha puesto a preguntarse sobre el valor de su vida, porque, también, se siente poco respaldado.
Yo empiezo a trabajar. Le doy masajes. Trabajo con energía para reducirle el dolor y la hinchazón. Le digo que se pare y busco la manera de estirarle la espalda, pero ¿cómo si este hombre mide como dos metros y pesa como 150 kilos? Me las ingenio. Le estiro la columna. Hago que se cuelgue de con ayuda de los brazos para que se estire más su columna. Le vuelvo a dar más masaje y cuando ya estaba agotado, le di la terapia del campo punto cero.
Sentí que había avanzado en la sanación y terminé cerrando los campos magnéticos.
El hombre se quedó medio dormido en la cama. Yo cansado, como si hubiera absorbido las malas vibras de este toro.
- ¿Cuándo la otra sesión? –me preguntó.
Traté de consultar para tener una respuesta, pero como estaba muy cansado no alcance a hacerlo y le dije.
-Para mañana, porque lo que traes no es cualquier cosa.
Revisé la agenda y sólo había tiempo a las 8 de la mañana.
-A las ocho. ¿Qué te parece?
-Muy bien.
Yo me fui al apartamento. Cansado, suspendí las citas que quedaban y me acosté a dormir.
Al siguiente día, amanecí igual, como si hubiera estado cargando a ese sujeto de dos metros todavía. Me puse a meditar y tomé una autosanación. Era temprano. Me alcanzó el tiempo para desayunar. Luego enfilé a la casa del sujeto de marras.
Cuando llegué, toqué la puerta y de inmediato me abrieron. Era el mismo toro de dos metros, de unos 150 kilos el que estaba en la puerta. Ahora, sus ojos miraban con alegría. Su cara no era un tributo al dolor sino una honra al placer.
- ¿Gustas un café? –me dijo moviéndose como todo un experto en la cocina.
- ¿Cómo estás? –le pregunté.
Sabes que amanecí muy bien. No me duele nada.
-Pues sí –lo atajé antes de acercarme la taza de café a la nariz-. Todas tus malas vibras se fueron conmigo. Ahora yo soy el que está jodido y no hay quien me sobe.
Olí el café. Era colado. El sujeto se trajo la costumbre de la sierra de Chihuahua para colar café con talega. Le di el primer trago.
- ¿Quieres azúcar?
-No, gracias.
- ¿Eres diabético?
-No. La vida es muy dulce para mí. Así está bien. Gracias.

viernes, 11 de enero de 2019

Sanación a distancia

Recuerdo que era una mañana de martes. Ya trabajaba en Radio Universidad en la operación técnica y esperaba la llegada de los profesores de la escuela de economía para iniciar la transmisión de su programa. Economía y Sociedad era su título, pero como es costumbre entre los economistas, el tema que abordarían sería, oh, brujo que adivinas la realidad cuando te das de tope con tus narices con ella, el tema de la crisis económica.

Cada martes a las 9 de la mañana se reúnen algunos maestros, excelentes amigos, a quienes, aprovechando la confianza les puse los profetas de la crisis. Y para tratar de contrarrestar subliminalmente sus severas pero acertadas críticas, me puse a buscar en el banco de música de la radio alguna pieza que no tratara el tema de la crisis. Ni siquiera la crisis emocional que provoca un amor correspondido con un sope en las mejillas.
Y de pasón rozón por mi conciencia, no sé ni cómo fue, pero se me atravesó la idea de buscar a Louis Armstrong, en especial la canción What a wonderful Word. Era un juego que trataba de establecer con cada productor de programas de la radio. Dependiendo del tema a tratar, les buscaba la música adecuada. Pero con los profetas de las crisis llevaba un trato más que amable, de mucha confianza y me atreví a contrapuntearlos subliminalmente con Armstrong y su mundo maravilloso.
Y Justo cuando estaba colocando la pieza me encontré un mensaje en el feis. Era de un amigo que vive en el entonces DF. Un sanador que trabaja terapias con árboles. Se llama Ángel Toxarica. Y en esta ocasión, la invitación fue abierta para todos aquellos que quisieran recibir una sanación a distancia. Y también, fue una provocación para aquellos que andamos experimentando con estos menesteres. Ángel puso en el feis: Inicio sanación a distancia a las 11:11 am. Los que gusten recibirla pongan su nombre y el problema que tienen. Invito –además- a los que quieran apoyar enviando luz sanadora.
Confieso que mi respuesta fue más rápida que los perros de Pavlov, aquellos canes con los que experimentó este científico ruso para demostrar que puede condicionar respuestas a un ser vivo, en este caso unos perros, para que reaccione de forma automática ante un estímulo repetitivo. Pavlov hacía sonar una campana antes de alimentarlos y así los condicionó a relacionar dicho sonido con la acción de comer.
Me imagino que cuando Pavlov tañía su campana, de inmediato, como tragones que son, los perros soltaban el salivero más que ipsofactamente.
Y así respondí al mensaje de Ángel, como si me hubieran sonado una campana para responder de inmediato. Y le puse: Yo, a la orden para ayudar.
Y ahí dejé el comentario. LO que quedaba era esperar a las 11:11 am para iniciar mi colaboración en esta sanación a distancia.
Y me olvidé de eso porque ya tenía enfrente la entrada al programa de los economistas. Y para picar cresta inicié con la canción de Amstrong y dejé correr la primera estrofa:
 I see trees of green, red roses too
I see them bloom for me and you
And I think to myself what a wonderful world
Veo árboles de verde, rosas rojas
Los veo florecer para mí y para ti
Y pienso para mí qué maravilloso mundo.
Luego pasé la música a segundo nivel y le di entrada a los maestros. Y Joel, entonces jefe del departamento de economía, sonrió y dijo para iniciar el programa: Ojalá y que nuestro país entre a este mundo maravilloso del que habla Louis Amstrong.
Yo, contento con la fechoría blanca que había cometido, me dispuse a llevar a la perfección la operación del programa. Me serví un cafecito para darle calor a mi estómago cuando de repente, empecé a sentir algo raro. Como que una energía ajena había entrado a cabina y me estaba tocando la puerta de mi compromiso.
Sin olvidar el trabajo de la radio, empecé a tratar de entender esa extraña sensación. Hasta que identifiqué esa energía. Mire de inmediato el reloj y eran las 9:11 am. Y fue en este momento en que me cayó el 20 de que entre el desierto donde vivo y el DF había una diferencia de dos horas en el huso horario, de tal suerte que en el DF ya eran las 11:11 y esa energía era de Ángel que ya había empezado el trabajo. ¿Qué hago? Pregunté y la respuesta fue tan rápida como la acción que tomé. Me puse en modo avión para atender lo esencial del programa de radio y concentrarme en la sanación a distancia.
Y había una lista larga de personas que habían solicitado el trabajo sanador. Y uno por uno, los fui repasando. Realicé una meditación trascendental para entrar al campo punto cero y empezar a mandar sanación.
De los resultados de este ejercicio de sanación a distancia, Ángel podría dar una mejor respuesta. Pero a mí, esta experiencia, me sirvió para inquietarme en varias cosas: ¿cómo fue que sentí la energía de ángel a una distancia de más de dos mil kilómetros?
Y recordé las enseñanzas de Pedro y Josefina cuando en uno de los talleres explicaron que en un principio llamaron a este proceso de sanación como terapia cuántica, porque una interpretación posible de la física cuántica (o metafísica cuántica) es el saber que se aproxima a la comprensión a los fenómenos de cura inmediata, de cura a distancia.
Estos procesos de sanación –explicaron-  son hechos que se dan fuera del contexto del pensamiento de Descartes y de la física newtoniana.
Sin embargo, la idea de llamarle terapia cuántica se fue modificando porque a final de cuentas la física cuántica es un asunto de matemática pura, por el momento. Entonces, estos fenómenos de sanación inmediata como que se fueron acomodando mejor o, más bien, teniendo un respaldo en su explicación, en la teoría de la energía del campo punto cero que desarrollo Albert Einstein y Stern en 1913. Esta teoría es la que corresponde al estado fundamental de un fenómeno físico mecánico cuántico y equivale a la energía del vacío.
Y curiosamente, esta energía que hay en el vacío cósmico, ha sido la base de la constante cosmológica con la que especulamos cada día.

Justicia ABC


Los abrazo, Paty, con la brisa que suelta el oleaje
de una mañana que nos deja el mar como pecera
para nadar y buscar el tesoro de Andrés.
Abrazo al padre, como al capitán que no suelta el timón
aún cuando la tormenta se mantiene con rayos
que nos empañan las conciencias.
Abrazo a la madre, justa y justiciera, amorosa y libertadora
porque sabe iluminarnos con el alma de su hijo.
Abrazo al hijo que nos ha enseñado a tener dignidad
y exigir justicia con el corazón en la mano,
en un mundo donde amar cuesta hasta la vida.
Los abrazo Paty, los abrazo Francisco.
Abrazo a Andrés y los ayudo a sostenerlo a toda asta
como el lábaro que necesita un héroe
para salvar nuestro libre albedrío

En el borde de la diálisis


Una de las primeras experiencias que me han marcado en esta tarea de la sanación, fue cuando atendí a un señor, joven, sí, menor que yo, que llegó preocupado. Cargaba un miedo tremendo porque le dijeron que tenía que empezar a someterse a tratamientos de diálisis.
Llegó con los pies hinchados. Se le dificultaba caminar porque no podía pisar con toda la planta de la extremidad. Y como si fueran delicados y dolorosos cristales, se quitó las sandalias y se acomodó en una cama que tengo para las terapias.
¿Cómo llegó a esto? Le pregunté. Sin quitar la preocupación y el miedo en su mirada, el joven chasqueó con sus dientes, como si con eso mandara al carajo los excesos habidos y por haber en su vida.
¿Mucha soda?
Uy, a veces ni agua tomaba.
¿Mucha harina, tortillas, galletas y café con mucha azúcar?
Carnitas asadas, cerveza…
Mucha azúcar le mete a su cuerpo, pero sus ojos dicen que tiene poca dulzura en su vida.
Le pedí que cerrara los ojos, se relajara y sólo escuchara el ruido que hace el aire al entrar y salir por sus narices. Inicié una oración trascendental al tiempo que abrí los campos magnéticos para entrar al punto nierika. Desde este estado consulté por el camino a tomar y como si fuera un acto instintivo, empecé a masajear las piernas de esta persona, para un drenaje linfático. Luego un masaje para reactivarle órganos internos y ordené su sanación en los planos físico, histórico y genético, con el fin de que la dulzura a la vida la tomara de manera natural, sin necesidad de tanta sustancia artificial y dañina.
Cuando terminamos la terapia, el señor se levantó con facilidad. Se puso las sandalias y se fue caminando sin dificultad. Por lo menos, eso logré, pensé.
A los días, volví a ver a este señor. Me dijo que le habían suspendido la diálisis. Se le quitó la hinchazón en los pies y me dijo que después del masaje que le di, su cuerpo reaccionó de tal manera que lo entendió como una comunicación que se había iniciado entre él y su organismo.
Cuando se presenta un dolor de cabeza, lo más común, buscamos una aspirina, sin saber o tratar de entender de dónde viene ese dolor de cabeza.
Sí, le dije, ya es hora de cambiar de ideas o maneras de pensar de lo que son la salud y las enfermedades.
Me di cuenta de que tenemos una terapia al alcance de todos, con el fin de buscar una sanación radical, a partir de otras dimensiones que tienen que ver con las emociones amorosas y la paz espiritual

El inicio como sanante


Recuerdo que cuando inicié el camino del sanante, se me cruzaban miles de ideas por la cabeza. Todas esas cosas se veían apachurradas por dos sentimientos encontrados: la incredulidad que cargaba a cuestas y la necesidad imperiosa de un corazón destrozado por retomar energía y seguir palpitando.
Fue un trance corto pero intenso. El temor principal que enfrentaba fue el de ser tachado de charlatán, oscurantista y una vuelta de espalda a mis breves conocimientos y fe por la ciencia. En especial, la controversia principal provenía de mis ideas, a las que he sido fiel, basadas en los conceptos marxistas.
De mi boca se repetían frases dichas por Marx, como la religión es el opio del pueblo, y las concepciones materialistas de la historia. Y a eso agréguenle las ideas que se construyeron con el conocimiento que fui adquiriendo sobre la conquista de México, donde se utilizó la espada y la cruz para someter a los pueblos originarios; al hecho de que los españoles y conquistadores nos sometieron con severos adoctrinamientos con una mano en la espada y la otra puesta en la biblia.
Sin embargo, la experiencia propia de haber pasado por este proceso y recibir una terapia que me dejó el corazón cual si fuera deportista. Y los resultados que empecé a obtener con las terapias que iba logrando, provocaron que muchos paradigmas que traía como banderas de lucha, se fueran al cesto de la historia personal.
Esto no quiere decir que ahora sea un anti materialista, un antimarxista o un contrarrevolucionario. No. Nada de eso. Lo que sí ocurrió, eso pienso, es que con la experiencia vivida sufrí una transformación, que un doctor de apellido Peredo, le llamó expansión de la conciencia. Fue una revolcadura de experiencias vividas, libros leídos, donde el cambio principal que experimenté fue la forma de pensar sobre lo que representa la salud y la enfermedad.
Implicó comprender el por qué los chinos tienen una tarea milenaria para combatir las enfermedades y ampliar el período de vida de las personas mediante la meditación para controlar las emociones viscerales.
Implicó retomar las técnicas de los curanderos de nuestros pueblos originarios, las terapias del reiki, el uso de cuarzos para equilibrar energías, echarse un chapuzón por las terapias basadas en la herbolaria y en especial de la sobada mexicana, la imposición de manos y, lo más fantástico, el uso de plantas de poder para lograr la sanación de las personas.
Fue un período corto pero intenso en el que asimilé mi papel de sanante. Uno de los puntos que catalizó o aceleró este proceso de comprensión, fue el de ubicar la misión del sanante como una misión social. Una tarea que se realiza con profundo amor y por el más alto bien. Una tarea que implica difundir estas terapias de sanación, con la idea principal de preparar un sanante en cada familia,. Un sanante que cure sin el uso de medicamentos de la industria farmacéutica.

Cuando se olvida el bordón




Era una mañana muy fresca. Tan rico sentía el clima que el café que me preparé me supo a una victoria que se iba apoderando en mi garganta. Con cada paso que daba el líquido calientito, era como una llave que iba abriendo las puertas de ultratumba, derribando y suavizando la voz cavernosa que suele salir después de quitarme la última cobija.
Le eché un ojo a un pan de leche, con la intención de sopearlo aunque me dijeran cochino.
En eso estaba cuando entró una llamada a mi teléfono. Por la hebra cibernética entró una llamada que noté titubeante.
¿Oiga, usted es el señor que soba? Me preguntó. 
Sí, le respondí, sin dejar de jugar con el pan de leche en el café. ¿Qué se le ofrece? 
Necesito que me ayude. Pero no sé si usted pueda hacerlo, me dijo con un tono de voz que se debatía entre la poca seguridad y la duda. 
Ni yo tampoco lo sé, respondí. Pero de lo que sí estoy seguro es que usted ya inició su proceso de sanación.
Pero si todavía no me ve, cómo puede decir eso, me atajó.
La sanación inicia desde el momento en que la persona tiene el deseo de sanar. El siguiente paso es que tengamos una cita para continuar con la terapia.
No supe si en realidad le sirvieron mis palabras. No supe si me entendió. De cualquier manera, le di mi número de teléfono y mi dirección, porque es en mi humilde casa donde trabajo las terapias.
Pasó un día. Luego, otro y por allá, en el quinto día, aproximadamente, sonó mi teléfono. Era la misma señora, de quien yo pensé que me había olvidado.
Ya estoy en la dirección que me dio, me dijo.
Muy bien, respondí, salgo a la calle para encontrarla.
Cuando abrí la puerta, ya estaba ahí, parada con cierta dificultad, sosteniéndose con un bordón. Su mirada me dijo más que mil palabras, como que estaba decidida a recibir la terapia y como que se arrepentía al mismo tiempo. Era como un deseo de estar y no estar. Me miraba a los ojos y nerviosamente bajaba la mirada. Como que le daba pena molestar, como si el valor de su persona cayera tan estrepitosamente como la bolsa de valores en crisis.
Pásele, le dije. Y le ayude tomándole de los brazos para guiarla a la cama que utilizó para las terapias. Acuéstese boca arriba. Esta es la cama de los sacrificios, le dije en son de broma.
¿Qué va hacer conmigo? Me preguntó con cierta inquietud.
Vamos a trabajar una terapia, le dije, y esto quiere decir que vamos a trabajar para curarla de eso que llaman enfermedad.
Pero lo que yo tengo es esclerosis múltiple. ¿Podrá con ello?
No quiero decirle que sí, porque no quiero caer en una mentira, ni es necesario hacer promesas porque luego lo acusan a uno de charlatán, le respondí. Pero sí le digo que si usted tiene fe en usted misma, confía en que puede sanarse, pues ya llevamos el 50 por ciento del terreno recorrido.
Vamos a trabajar en diferentes niveles para curar su enfermedad. No sólo en el nivel físico, porque vamos a entrarle para calmarle las emociones viscerales, porque esas emociones son las que provocan estas enfermedades.
El objetivo, seguí explicándole, es bajarles unas rayitas a sus miedos, a sus corajes, a sus envidias para que nos ayuden a comprender que estamos viviendo un mundo amplio, compartido. Y que en ese mundo podemos ser felices y vivir con amor, para que nuestras creencias nos permitan estar en paz con nosotros mismos.
Y comencé a darle unos masajes en los puntos energéticos, con el fin de sensibilizar a la señora y poder trabajar la energía a la que nos lleva la terapia del campo punto cero. Pero, como lo esperaba, en cualquier punto que la tocaba, era un dolor espantoso para ella.
Y decidí trabajar la terapia nierika. Abrí nuestros campos magnéticos, hice una oración trascendental para entrar al estado del campo punto cero y empezar la sanación.
Cuando terminé este proceso, inicié los trabajos del masaje terapéutico. Y para mi sorpresa, el dolor espantoso que tenía como que había sido barrido cuánticamente. Le di masajes en la línea correspondiente a la columna vertebral, desde la planta de los pies, con la técnica de la reflexología, pasé por los tobillos, el cóccix, el sacro y la zona lumbar. Luego le di masajes para sus glándulas y órganos como el corazón, el páncreas, la pituitaria, la tiroides, las suprarrenales, el bazo y los riñones. Y también le di un masaje craneal que arruinó la trenza que había hecho con su cabello.
Fue un trabajo que me llevo alrededor de una hora. Y decidí concluirlo porque tuve la sensación y seguridad de que hubo avance importante en la sanación de esta señora.
La señora se levantó. Se puso los tenis y se tomó el cabello sintiéndolo todo desparpajado.
La miré y le dije. Mire señora, no se preocupe por el cabello. Es lo de menos. Lo único que va a pasar es que voy a despertar la envidia de mis vecinos.
¿La envidia? ¿Por qué? Me preguntó con incredulidad.
Mis vecinos se mueren de envidia cuando ven salir a una bella mujer de mi casa despeinada y sonriente, le respondí.
Ella terminó de alinearse el cabello y salió casi corriendo. Me voy porque tengo que atender a mi hijo.
Y se fue y yo me quedé contento por el trabajo realizado. 
Y en eso miro al lado de un sillón de mi casa y me doy cuenta que ahí estaba el bordón de la señora.
ra una mañana muy fresca. Tan rico sentía el clima que el café que me preparé me supo a una victoria que se iba apoderando en mi garganta. Con cada paso que daba el líquido calientito, era como una llave que iba abriendo las puertas de ultratumba, derribando y suavizando la voz cavernosa que suele salir después de quitarme la última cobija.