Jose Luis Jara
Ciudad de México se ha convertido en una ciudad transparente.
En el propio Centro Histórico, que ahora se podría decir el Centro Carlos Slim, la presencia de esmog ya no es tan desafiante y agresivo. Los ojos ya no se irritan y la ciudad se puede contemplar de manera transparente, de tal suerte que nada se esconde, a pesar de las cientos de miles de personas que recorren incesantemente sus calles y banquetas.
Y como si fuera una parodia entre las palabras del indio yaqui Cajeme, antes como antes y ahora como ahora, y las cartas que dejaron los cronistas de los conquistadores, cuando hicieron referencia a la impresión que tuvieron los gachupines, encabezados por Hernán Cortes, al momento de entrar a la gran ciudad que los mexicas iniciaron su construcción hace 638 años: antes como antes, según el cronista, predominaba el zumbido de las voces de la gente. Ahora como ahora, el zumbido se impone en charlas y gritos, en reclamos y hasta alzados en su volumen con enormes aparatos de sonido que utilizan las incesantes manifestaciones sociales.
Una señora de rasgos indígenas, de minúsculas proporciones, se aposto en la banqueta del palacio del Gobierno del Distrito Federal. Tendió unas cartulinas donde se plasmaba un mensaje dirigido a los funcionarios de gobierno, sobre todo a uno que ya despidieron y se llama Joel Ortega.
Pero el caso del personaje era lo de menos para quien se detuviera a observar a la señora. Lo escalofriante de la manifestación, era su mirada que se perdía en el horizonte, con tal dureza, como si estuvieran temblando sus ojos. Reflejaba fielmente el coraje que provoca una indignación social, con la mezcla del dogma hacia la fe: “Joel Ortega, la Santa Iglesia te condena”.
No se necesitaba más elementos para comprender el caso. La manifestación de la señora era dura y transparente, como dura y transparente era el resto de las historias perdidas en la gran ciudad.
Ciudad de México se ha convertido en una ciudad transparente.
En el propio Centro Histórico, que ahora se podría decir el Centro Carlos Slim, la presencia de esmog ya no es tan desafiante y agresivo. Los ojos ya no se irritan y la ciudad se puede contemplar de manera transparente, de tal suerte que nada se esconde, a pesar de las cientos de miles de personas que recorren incesantemente sus calles y banquetas.
Y como si fuera una parodia entre las palabras del indio yaqui Cajeme, antes como antes y ahora como ahora, y las cartas que dejaron los cronistas de los conquistadores, cuando hicieron referencia a la impresión que tuvieron los gachupines, encabezados por Hernán Cortes, al momento de entrar a la gran ciudad que los mexicas iniciaron su construcción hace 638 años: antes como antes, según el cronista, predominaba el zumbido de las voces de la gente. Ahora como ahora, el zumbido se impone en charlas y gritos, en reclamos y hasta alzados en su volumen con enormes aparatos de sonido que utilizan las incesantes manifestaciones sociales.
Una señora de rasgos indígenas, de minúsculas proporciones, se aposto en la banqueta del palacio del Gobierno del Distrito Federal. Tendió unas cartulinas donde se plasmaba un mensaje dirigido a los funcionarios de gobierno, sobre todo a uno que ya despidieron y se llama Joel Ortega.
Pero el caso del personaje era lo de menos para quien se detuviera a observar a la señora. Lo escalofriante de la manifestación, era su mirada que se perdía en el horizonte, con tal dureza, como si estuvieran temblando sus ojos. Reflejaba fielmente el coraje que provoca una indignación social, con la mezcla del dogma hacia la fe: “Joel Ortega, la Santa Iglesia te condena”.
No se necesitaba más elementos para comprender el caso. La manifestación de la señora era dura y transparente, como dura y transparente era el resto de las historias perdidas en la gran ciudad.
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