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sábado, 31 de diciembre de 2022

Para mí compadre

 Qué palabras decirle a mi compadre Manuel, si ayer vivió la vida de su hermano y hoy vive su muerte.

Con qué mano lo saludo si mis cuencas albergan frío y hastío

Acaso mis brazos serán suficiente para anidar condolencias que den paz a su corazón

Ruego y ruego más allá de cualquier misterio para que me brinde alabanza por la paz que ya encontró Gabriel

Ruego por mi compadre y su familia para que la paz sea aquí y ahora,

En esta tierra, con sus fríos y calores, busco en su vientre la calidez que da quietud a los misterios de su vida.

 Amen

El obelisco de nuestro jardín



A menudo me acerco a  flor del obelisco, que hace tres años plantamos en nuestro jardín.


En cada riego, por las mañanas, se nos suelta un profundo anhelo de abundancia. Con lo poco que tenemos conspiramos con la alegría y el amor.

De su sierpe, recto y leñoso, lo adulamos con miradas hasta llegar a su fruto, con cinco pétalos por cada flor, con galanes colores que glorifican al colibrí, mañanero en su visita, se subyuga con su olor. 

Imposible desbandarse de su belleza, ni siquiera, soslayar turbadamente, el atisbo de sus tempestades de bálsamos tropicales.

Cada vez que lo riego, sonrío rumboso a la vida, al ponerle trampas en sus simientes para excitar la creación.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Anoche volvió mi padre

 Anoche volvió mi padre. Nunca me he ido, me dijo. Lo miro sorprendido como si fuera un enorme gorila que mide un metro noventa de alto. De ancho, me imagino, es más fácil sacarle la vuelta que brincarlo. Si nunca te fuiste, te pregunto ¿dónde has estado enorme orangután? ¿Dónde se encuentra ese espacio que ocultó tu enorme universo de risa silenciosa, de mirada humilde y a la vez justiciera? ´ ¿Bajo qué techo pudieron pasar desapercibidas tus manos de labriego, tus patas de elefante y la barriga de tonina recién almorzada?

Lo miro a los ojos. Son desafiantes como la mirada de un toro en brama y tiernos como los de una vaca enorme y lechera. Monumentales calichones que nunca estrellan su mirada, al menos que te interpongas de manera provocadora en su camino.

Dónde has estado, le digo. Me responde, he viajado como el agua del cardonal que borra todas las huellas, con el vaivén de las olas del mar, que ponen generosamente sus manos para alimentar pelicanos y gaviotas que nunca vuelves a ver. 

Movió sus manos como enorme botarga, haciendo aspavientos para que el olor de la Catalina entrara por sus narices, como el humo de café nostálgico, que humedece la cocina.

Volteo a un lado y el sueño me pone en la calle de lo que fue nuestra casa. Niños jugando con una pelota. Mi hermana corriendo como una menor de cinco años, como si no hubiera pasado el tiempo de la partida de este ogro que nos acechó cada noche, por abajo del catre, en el que dormíamos para protegernos de la sospechosa presencia de un alma que no se quiere ir, a pesar de que ya le rezaron el padre nuestro en su féretro y le guardaron luto novenario tras novenario, cada año, cada 2 de noviembre, con pozole o menudo con patas, tan grandes como las de mi padre.

Una camioneta vieja se estaciona en la acera. Un chamaco que está por cumplir su quinto año en esta tierra, juega como si manejara un tractor o una trilladora. Tuerce el manubrio para esquivar un perro. Frena delante de mí y me doy cuenta que soy yo en el tiempo estacionado de aquél verano en el que dormías en un cajón con unas tinas con hielo por debajo

Qué sientes por la muerte de tu padre, le preguntó el primo Rufino. Nada, respondió inocente el chamaco, abriendo la puerta del auto para que saliera ese orangután salido del féretro. Miro ese universo de masa que se abre paso, zancada por zancada. Lo miro de arriba abajo. Y el dueño de esa barriga de ballena me dice: ya ves, te dije que no me he ido.

sábado, 3 de septiembre de 2022

 Socaaix, territorio Comcaac

Llegamos a Socaaix, Punta Chueca, sin problemas. Con carretera pavimentada hasta la entrada de esta comunidad originaria, el trayecto se realizó de tal manera que pudimos embelesarnos con la belleza dual del color turquesa del mar y los colores de la arena y las montañas de la Isla Tiburón. Mar y tierra, otra expresión de la belleza del desierto sonorense.
Llegamos más que puntuales a celebrar el año nuevo de esta nación. Nos movió la solidaridad con este pueblo que se ha visto agredido, diezmado y que milagrosamente están teniendo un renacimiento en la actualidad. Nos interesó sobremanera por qué la celebración en este cambio de estación y, en lo particular, aprovechar la conexión que se logra tan sencillamente en un lugar poderoso, como la isla, tan majestuoso como sus cordilleras que han albergado tinajas para bien de la fauna. Y frente al sol, nuevo e intenso sol, que significa la renovación espiritual, renovación de la naturaleza con las lluvias venideras y estar preparados para los cambios constates de la vida. Es el año nuevo comcaac.
Grandes mujeres estaban encargadas de la cocina. Cuando llegamos, ya tenían una caguama en su concha. Sabemos de la prohibición de esta especie, porque se encuentra en alto riesgo de extinción. Pero la cultura de respeto a la naturaleza y al medio ambiente, que tiene este pueblo, ha permitido la reproducción de esta especie. Una cultura que se ha sustentado en mitos o leyendas de los comcaac sobre la creación. En este mar de historias, la caguama juega un papel fundamental: la creación de la tierra.
Estas historias de la creación Comcaac y la vida en general del pueblo, se han visto en medio del torbellino colonizador. La persecución de los españoles, primero, luego la de los gobernadores sonorenses, los obligaron a empoderarse en la isla Tiburón. Y me imagino, que ante tal asedio se vieron en la necesidad de sacrificar ese animal sagrado, para que la gente de la isla pudiera sobrevivir.
Para los comcaac, es una especie de bendición comer caguama. Y de acuerdo a las normas oficiales de protección, este pueblo es el único que tiene permiso para cazar la caguama para asuntos que tienen que ver con su tradición.
Llegó la hora de la ceremonia. El presidente del Consejo de Tradicional de Ancianos, don Enrique, izó la bandera de la nación. Estaba flanqueado por mujeres comcaac. Y después invitó a pasar al camino de la magia de este pueblo. Frente al mar, con la vista a la isla, nos encaminó a donde estaba Jorge, un maestro de esta nación del desierto.