Podría especularse —y con fundamento— que el plan del gobierno de Sonora para construir tres presas en la cuenca del río que da nombre al estado no tiene como destinatario principal a la población sedienta, sino a la voraz industria minera que desde hace décadas extrae más que metales: extrae vida, agua y futuro. Este plan hídrico, vestido con el ropaje de una solución al abasto del vital líquido, podría en realidad ser el verdugo de una agricultura ya debilitada, la lápida que entierre el desarrollo productivo y comunitario de las tierras fértiles que se extienden a la vera del río Sonora.
La sospecha no surge del aire ni de una imaginación encendida: ha sido alimentada por voces autorizadas, estudiosos del agua que han dedicado su vida a entender los ciclos, las necesidades y los límites de este recurso en el agreste territorio sonorense. Hidrólogos, climatólogos, geohidrólogos, especialistas en cambio climático, en ecología y gestión hídrica, incluso expertos en ciencias sociales y economía, han alzado la voz. Con argumentos científicos y datos en mano, enviaron una carta a la presidenta Claudia Sheinbaum, con copia a la SEMARNAT y al gobernador Alfonso Durazo, advirtiendo de los peligros que entrañan dichas obras hidráulicas.
En entrevista para el espacio Cafeína Killer en Zoom 95.5, el maestro universitario y experto en estudios de calidad del agua, Antonio Romo, compartió un análisis que más que técnico, fue un llamado urgente a la conciencia pública. Lamentó que, en lugar de atender la legítima preocupación de quienes han estudiado el problema con rigor y profundidad, la presidenta erigiera como muro infranqueable la figura del propio gobernador. Una respuesta que no sólo desoye, sino que desacredita el saber acumulado y el compromiso ético de quienes defienden el agua como un derecho y no como una mercancía.
La entrevista al maestro Romo, disponible en nuestras plataformas, ofrece un panorama nada halagüeño sobre la construcción de estas presas. La preocupación, como agua estancada, se está oxidando en los oídos sordos de los funcionarios. Y mientras tanto, la cuenca del río Sonora podría estar siendo sacrificada en nombre del progreso mal entendido. Porque en nombre del agua, paradójicamente, se está gestando una sed más profunda: la sed de justicia, de verdad y de futuro.