Planteamiento
del problema y estado de la cuestión.
El presente ensayo tiene la
intención de hacer un repaso a parte de la inmensa bibliografía existente sobre
la estética en el México antiguo. Concretamente nos limitaremos a un
acercamiento a las obras de arte concebidas por los diversos pueblos nahuas,
que florecieron durante el siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI.
En estas reflexiones
surgieron inquietudes y preguntas sobre el papel que pudieron haber jugado la
imaginación creadora para la configuración de la cultura náhuatl, de antes de
la llegada de los españoles a las tierras del Anáhuac.
En esta inquietud navegamos
por libros de autores como Miguel León Portilla, Ángel María Garibay, Luis
Villoro y algunos textos que escribieron los frailes que llegaron a evangelizar
al nuevo mundo, bajo la visión de primero conocer al pueblo en sus costumbres,
culturas, lengua, etcétera, para luego catequizar, sin el uso de la espada.
El fraile franciscano Fray
Bernardino de Sahagún fue el que nos heredó una serie de trabajos que nos
hablan de las cosas de esta región de Anáhuac. Su libro Historia General de las
Cosas de la Nueva España ha sido fuente inspiradora para otros ensayos de la
vida prehispánica. Miguel León Portilla, Ángel María Garibay y la mayoría de
los nahuatlacos, se han basado en estas fuentes para obras como La Visión de
los Vencidos, Cantos y Crónicas del México antiguo. El libro y tesis doctoral,
La Filosofía Náhuatl, de Portilla es producto del sesudo análisis de esa vasta
información que nos dejó Sahagún, que es considerado padre de la antropología.
Nos metimos en esos libros
buscando las respuestas a preguntas sobre las maneras de acercarse
filosóficamente a las creaciones de los artistas de los antiguos mexicanos,
sobre el tipo de sensibilidad que hizo posible la creación de técnicas y
expresiones de carácter artístico.
En algunos libros, como el
de Filosofía Náhuatl, de León Portilla, encontramos investigaciones que nos
revelan la manera en que los nahuas desarrollaron y transmitieron sus saberes.
Indagaron en las instituciones educativas que se encargaban de educar a los
niños y jóvenes, así como llegaron a conceptualizar a un artista náhuatl como
un tolteca.
Encontramos respuestas sobre
la relación del arte prehispánico con la visión del mundo de estos pueblos. Las
obras arquitectónicas que nos heredaron se construyeron bajo esa concepción del
mundo y los conocimientos astronmómicos a los que llegaron mediante la sabia
observación.
En este andar, vimos con
alegría que esta necesidad de abordar la cultura náhuatl desde la perspectiva
estética, no ha sido una ocurrencia banal, pues diversos especialistas ya
abrieron la brecha de estas investigaciones.
Me refiero concretamente, a
especialistas como Miguel León Portilla, Ángel María Garibay, Justino
Fernández, cuyos esfuerzos se han plasmado en textos indispensables para
conocer la cultura de los pueblos antiguos mexicanos. Y uno de los textos
fundamentales, que ha sido fuente para diversos estudios particulares, es el de
la Historia General de las Cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de
Sahagún.
De León Portilla, utilizamos
dos libros para la elaboración de este trabajo. Filosofía Náhuatl y Cantos y
Crónicas del México Antiguo. Y de Justino Fernández retomamos su texto
Coatlicue. Estética del arte indígena antiguo.
También acudimos a san
google, para pasar el rastrillo en la red de internet con el fin de consultar
diversos autores y páginas tutoriales
Para
empezar
Vamos a empezar desde abajo
en este ensayo. Vamos a ver lo que significa la palabra estética y vamos a
partir de este peldaño para impulsarnos en la información existente sobre la
cultura nahua, con el fin de ir desentrañando ese concepto y reflexionar si
esta idea occidental puede embonar en el arte, la cultura y los conocimientos
que nos heredaron los pueblos antiguos de México.
De acuerdo a una revisión
bibliográfica e internet, encontramos que el término de estética tiene
diferentes acepciones. Viene del griego aisthetikê y quiere decir “sensación”,
“percepción”. En el lenguaje coloquial denota en general lo bello, y en la
filosofía tiene diversas definiciones: por un lado es la rama que tiene por objeto
el estudio de la esencia y la percepción de la belleza; por otro, puede
referirse al campo de la teoría del arte y puede significar el estudio de la
percepción en general, sea sensorial o entendida de manera más amplia. Estos
campos de investigación pueden coincidir, pero no es necesario.
Desde que en 1750 y 1758 Alexander Gottlieb Baumgarten usara la
palabra «estética» como “ciencia de lo bello, misma a la que se agrega un
estudio de la esencia del arte, de las relaciones de ésta con la belleza y los
demás valores”, la estética estudia las razones y las emociones estéticas, así
como las diferentes formas del arte. La estética es el dominio de la filosofía
que estudia el arte y sus cualidades, tales como la belleza, lo eminente, lo
feo o la disonancia,
De acuerdo con Immanuel Kant
la estética es la rama filosófica que estudia e investiga el origen del
sentimiento puro y su manifestación, que es el arte. Se puede decir que es la
ciencia cuyo objeto primordial es la reflexión sobre los problemas del arte.
Si la estética es la
reflexión filosófica sobre el arte, uno de sus problemas será el valor que se
contiene en el arte; y aunque un variado número de ciencias puedan ocuparse de
la obra de arte, solo la Estética analiza filosóficamente los valores que en
ella están contenidos.
En el siglo XX se manifiesta
una reacción contra el concepto tradicional de belleza. Algunos teóricos llegan
a describir el arte como antiestético
La teoría y la práctica
artística vivieron una verdadera convulsión a principios de este siglo. Fue el
impacto que tuvo el desarrollo industrial y del capitalismo en el arte, que
provocaron evoluciones en diferentes tecnologías, como la fotografía, con la
que se fue capaz de reproducir con fidelidad absoluta su modelo. Los medios
mecánicos de reproducción de obras indujeron el consumo social de la cultura. Y
se dio una corriente auto reflexiva que marcó el arte del siglo XX.
En este siglo se generan
ideas que revolucionan el arte. Ahora, lo horrendo, lo grotesco y
desconcertante, lo atrozmente impactante, también puede ser bello. El Marqués
de Sade, Leopold von Sacher dejan esas ideas plasmadas en sus obras.
Reflexionan sobre este punto desde la perspectiva de la estética. Aparece esta
corriente en el prerromanticismo del siglo XVIII. Se acentúa con el
romanticismo del XIX. Edgar Allan Poe demuestra que lo verdaderamente importante no es lo que siente
el autor, porque el objetivo del arte es provocar una reacción emocional en el
receptor con la obra artística. De ahí sus poemas con ambientación siniestra,
sino también escenas grotescas, desde los crímenes sádicos al terror más
desesperado.
El arte contemporáneo buscó
la belleza. La hizo serena y pintoresca. Pero también plasmó lo repulsivo, lo
melancólico, hasta provocar ansiedad y otras sensaciones intensas.
En este contexto nacieron
dos de los autores en que nos apoyamos para este ensayo. Ángel María Garibay y
Justino Fernández García.
Justino
Fernández y la estética en el arte indígena
Vamos a empezar con el
segundo, el escritor, historiador, filósofo y académico mexicano, Justino
Fernández, porque su investigación y su obra se especializó en la historia y la
crítica de la expresión artística mexicana.
No está de más resumir en
unas cuantas palabras la biografía de este mexicano nacido en la Ciudad de
México en 1904. Falleció en 1972 en la capital mexicana. Fue hijo de uno de los
diputados que elaboraron la Constitución de 1857, don Justino Fernández
Mondoño. Sus primeros años fueron al terminar la revolución mexicana. Se fue a
Estados Unidos de 1920 a 1923 y cuando regresó a México, el muralismo mexicano
se encontraba en la cresta de la ola social. Se hizo admirador de José Clemente
Orozco. Conoció y entabló amistad con Edmundo O’Gorman. Estudio filosofía en la
UNAM, como profesor impartió cátedra de Historia del Arte. Estudio maestría y
presentó su tesis Arte Moderno y contemporáneo de México. Y en 1954 obtuvo su
grado de doctor con la tesis Coatlicue: estética del arte indígena antiguo
Para este ensayo se retoman
una serie de aspectos interesantes que plantea Justino Fernández. En especial
porque reflexiona sobre le evolución histórica del arte mexicano, antiguo,
colonial y moderno, así como las posturas que tenían las ideas dominantes de
cada época a su favor o en contra.
Por ejemplo, marca una
distancia y reprueba la postura intolerante de los conquistadores y cronistas
del siglo XVI. Hace un reconocimiento a los primeros intentos que concedieron
algún valor al arte prehispánico durante los siglos XVII y XVIII. Y hace una
crítica a la incomprensión de las categorías propias del arte prehispánico durante el siglo XIX. Aprueba a quienes
intentaron incorporarlo al arte universal, aun cuando se haya dado a través de
la comparación con otras culturas.
En su obra, Justino
Fernández da su reconocimiento a los teóricos e historiadores del siglo XX que han generado marcos de conocimiento para
la interpretación del arte prehispánico a partir de su propio contexto,
destacándolo al mismo tiempo, como una de las mayores y más originales aportaciones
plásticas de todos los tiempos.
Para Fernández, la fuerza
expresiva y el dominio técnico del arte mexicano quedó patentizado con el
horror que sintieron los frailes hacía los ídolos aztecas. El rechazo que se
produjo en el siglo XVI hacía la cultura natural fue más ideológico que
estético, pues resulta patente el conocimiento de los conquistadores hacia la
fuerza expresiva del arte indígena.
Durante el período barroco
se da una aceptación del arte mexicano, que se debe a la apertura de este estilo,
el cual afirma la libertad de expresión y la creatividad frente a los cánones
clásicos. Se incorporan elementos indígenas y mestizos a su expresión. En este
período se genera la conciencia de que el arte prehispánico es una herencia de
primer orden.
Con la instauración del
neoclasicismo en México se produjo la actitud ambivalente de aceptación y
rechazo. La división de opiniones se ubicaba en el contexto de la confrontación
del neoclasicismo con las reminiscencias del barroco.
La irrupción del Romanticismo
dirigió el interés artístico hacia la edad media, la antigüedad no clásica. El
rechazo como la aceptación del siglo XIX se realiza desde fuera y son ajenos a
los valores propios del arte prehispánico
El autor señala que el interés legítimo del siglo XX por el arte
prehispánico, coincide con la comprensión de las formas y los sistemas de
composición antiguos, estudiados ampliamente por el arte contemporáneo; en tal
sentido fue determinante la investigación formal que realizaron los cubistas
respecto al arte africano, considerado hasta entonces como primitivo, hasta que
se rescatan sus valores de composición geométrica y estilización, ajenos al
arte occidental.
La interpretación
historicista de J. Fernández basada en las fuentes documentales constituye un
gran avance en la interpretación de la obra artística. Se observa, en primer
lugar, su rechazo hacia la cerrazón y hacia la intolerancia, que impiden al
crítico y al historiador ver más allá de los horizontes que le marca la cultura
en que se encuentra inmerso.
Acorde con este rechazo, se
observa una crítica constante a la tendencia de valorar el arte prehispánico a
través de criterios establecidos por culturas ajenas, en especial, destaca la
crítica del autor hacia la preeminencia del arte occidental como paradigma de
conceptualización y jerarquía artística.
Fernández hace hincapié en
la necesidad de generar sistemas propios de interpretación que emanen
directamente de la cultura prehispánica, sin traicionar su esencia, y que nos
permitan al mismo tiempo articularlo con el resto del mundo. Su crítica a la
interpretación formal del arte se debe a que, en muchos casos el
"formalismo" es tan sólo una descripción superficial teñida de
prejuicios ideológicos, que ignora las condiciones fundamentales de la cultura
original y la manera como éstas se expresan a través de la obra de arte.
El trabajo más notable de
Fernández es su tesis de doctorado: Coatlicue: estética del arte indígena
antiguo (1954). En dicha obra se plantea explícitamente, la necesidad de llevar
a cabo un estudio de esta índole: “En pocas ocasiones se han estudiado en
particular las obras del arte indígena desde un punto de vista estético, y no
de manera suficiente, si bien a menudo la intuición ha sido certera”.
Si bien, en la actualidad existen
diversos enfoques para abordar las creaciones del arte náhuatl prehispánico,
para lograr un acercamiento lo más riguroso posible, no sólo bastan el ingenio
y la intuición. Sobre este asunto en particular
Justino Fernández considera que: “Por mi parte quisiera ver una historia
del arte indígena antiguo con su estética, pero no limitada a los atisbos de la
intuición, sino emanada de la intuición y reafirmada por el más amplio
conocimiento”.
De la postura estética de
Justino Fernández, rescatamos su énfasis en la correspondencia del arte con la
cultura que lo genera. Como muchos, el investigador lamentó la escasez de
fuentes, pues como fuentes documentales sólo contamos con los códices
prehispánicos y los textos originales en náhuatl.
Miguel
León Portilla
Nació en 1926 en la ciudad
de México. Es antropólogo e historiador, principal experto en materia del
pensamiento y literatura náhuatl.
De acuerdo a una revisión de
su curriculum, su tesis doctoral La filosofía náhuatl estudiada desde sus
fuentes fue hecha en 1956 bajo la orientación de otro notable nahuatlato, el
padre Ángel María Garibay.
León-Portilla ha encabezado
un movimiento para entender y revaluar la literatura náhuatl, no sólo de la era
de antes de la llegada de los españoles, sino también la actual, ya que el
náhuatl sigue siendo la lengua materna de 1,5 millones de personas. Ha
contribuido a establecer la educación bilingüe rural en México.
León-Portilla también ha
contribuido a descubrir las obras de Fray Bernardino de Sahagún, fuente
primaria sobre la civilización azteca a quien declaró primer antropólogo de los
nahuas. Sahagún registró el conocimiento de los sabios nahuas (tlamatinime) en
lengua vernácula. A solicitud de las autoridades españolas, escribió en castellano una versión de dicho conocimiento
en su Historia General de las Cosas de la Nueva España. Su obra original, el
Códice Florentino, nunca se publicó. Antes de León-Portilla, el códice había
sido traducido sólo una vez, al alemán y aún esa versión era incompleta.
En su obra, Filosofía
Náhuatl, León Portilla nos habla en el prefacio de la segunda edición sobre los
agregados que le hizo y que nos llamó la atención para utilizarlo en este
ensayo. Concretamente señala que “La concepción náhuatl del arte y el
pensamiento místico-guerrero de Tlacaélel, consejero supremo de varios reyes o
tIatoque mexicas, constituyen el tema de dos nuevas secciones en esta segunda
edición de La Filosofía Náhuatl”.
En esta obra, León Portilla
plantea que la rica documentación en náhuatl ha robustecido su posición
inicial: “lo que se conserva del pensamiento de los sabios o tlamatinime
nahuas, a quienes Sahagún llamó “philosophos”, justifica en realidad la
aplicación de este epíteto.
Esta obra doctoral de León
Portilla se basa en un estudio que hizo de las fuentes que aportó Fray
Bernardino de Sahagún, quien dedicó su obra y vida a la recopilación de
información sobre la cultura náhuatl, a petición de la corona española. Las
fuentes a las que acude el autor mexicano son las informaciones que retoma
Sahagún de las personas que llama Tlamatinimes, en especial cuando hablan de la
cultura, las costumbres de la antigua sociedad.
León Portilla dice:
“Surgen nuevas perspectivas
acerca de la existencia de una. bien delimitada categoría intelectual, en esas
"comunidades primitivas", proporcional en número e influencia a los
"intelectuales" de cualquier grupo civilizado, en cuanto que ellos
también ("los primitivos") elaboraron ideas acerca de la mayor parte
de los temas que han formado siempre la trama de toda discusión filosófica.
No crearon necesariamente un
sistema a la manera de Aristóteles, Santo Tomás o Hegel, para dar expresión a
su pensamiento. Es cierto que todavía en la época actual hay filósofos que
continúan pensando que la elaboración sistemática, lógico-racionalista, es la
única forma posible del filosofar auténtico.
Vale la pena retomar el
inicio de la cultura y la filosofía nahua. León Portilla nos sirve de mucho
para desarrollar el tema. La cultura nahua se desarrolla entre gente de variada
actividad. Aztecas, tezcocanos, cholultecas, tlaxcaltecas eran los que existían
en el siglo XVI, establecidos en diversas fechas en el gran Valle de México y
sus alrededores. El cordón umbilical era su lengua náhuatl o mexicana, que
habían heredado de las ideas, las tradiciones y del extraordinario espíritu
creador de los antiguos toltecas.
Es decir, en el conjunto de
pueblos del Anáhuac, los aztecas o mexicas fueron afamados por su grandeza
militar y económica, pero no eran los únicos representantes de la cultura náhuatl
durante los siglos XV y XVI. Si bien es cierto, los aztecas habían sometido a
su obediencia a pueblos lejanos, llegando hasta Chiapas y Guatemala. Pero a su
lado coexistían nahuas independientes de ellos en distinto grado.
León Portilla dice: “Unos eran
aliados: los de Tlacopan y Tezcoco, donde reinó el célebre Nezahualcóyotl.
Otros, aunque también nahuas, eran enemigos de los aztecas: por ejemplo, los
señoríos tlaxcaltecas y huexotzincas”.
Agrega: “Todos ellos, a
pesar de sus diferencias, eran partícipes de una misma cultura. Estaban en
deuda con los creadores de Teotihuacán y de Tula”.
Todos ellos hablaban una
lengua, la náhuatl, que al decir de León Portilla es la verdadera lingua franca
de Mesoamérica. En este sentido, en su obra se habla del pensamiento, el arte,
la educación, la historia y, en una palabra, la cultura náhuatl como existía en
las principales ciudades del mundo náhuatl prehispánico de los siglos XV y XVI.
Existen numerosas
manifestaciones de arte y cultura en los grandes centros del renacimiento
náhuatl, principalmente en Tezcoco y Tenochtitlán. Los mismos cronistas que
llegaron con los conquistadores, como Bernal Díaz del Castillo, La verdadera
Conquista de México y Hernán Cortés, se quedaron asombrados al contemplar la
maravillosa arquitectura de la ciudad lacustre con su gran plaza y sus
edificios de cantera, así como al caer en la cuenta de la rígida organización
militar, social y religiosa de los aztecas.
Cuando León Portilla entra
al tema de la concepción náhuatl del arte hace una de las aportaciones
sustanciales para la historia de los aztecas. Habla de los ideales
míticos-guerreros de Tlacaélel y el papel que jugó en el terreno de la
historia, la religión, con sus ritos y sacrificios, en especial su grandeza
militar, comercial y política de los mexicas.
Las obras de este guerrero
resonaron en la esfera del arte. Ya Itzcóatl, poco antes de morir, expresó el
deseo de que se edificaran templos y se labraran en piedra las efigies de su
dios Huitzilopochtli, de Coatlicue y de los otros dioses y reyes, sus
antepasados. Sus deseos y los de Motecuhzoma llhuicamina y los demás
gobernantes mexicas se volvieron realidad.
El arte netamente azteca,
inspirado en el pensamiento entusiasta y dominador del pueblo del Sol, hizo su
aparición y llegó a ser extraordinario, particularmente en su escultura, no ya
sólo en obras maestras de proporciones colosales, como la impresionante
Coatlicue, la cabeza de Coyolxauhqui, la piedra del Sol, que se encuentran en
el Museo de Antropología, sino también en multitud de obras menores como la
cabeza del hombre muerto, del Museo Nacional, el Xólotl del Museo de Stuttgart,
el cráneo en cristal de roca del Museo Británico, y otras más.
Esas obras tienen su
grandeza, expresan su complejidad. Se encuentran inspiradas en la concepción
místico guerrera de Tlacaélel. Representan una verdadera mezcla de símbolos que
resultan, para el hombre común, un arte de difícil comprensión. Los textos que
analiza León Portilla, conservan el testimonio de los Tlamatinime que llegaron
a forjarse una verdadera concepción náhuatl de su arte.
Sin embargo, es menester
advertir que la concepción del arte, aplicable simbólicamente al universo y a
la vida entera, no es consecuencia del pensamiento de Tlacaélel. El origen de
la cultura nahua tuvo raíz en los tiempos toltecas, cuando el pensamiento
estaba basado en las flores y los cantos, que se cultivó en ciudades como
Tezcoco, Chalco y Huexotzinco en pleno siglo XV y principios del XVI.
Para el objeto de nuestro
ensayo rescatamos los textos que consulta León Portilla para abordar la
concepción náhuatl del arte. Se de los códices que elaboraron los informantes
de Sahagún. Abordan tres aspectos principales: a) el origen histórico del arte
náhuatl, según la opinión de los informantes de Sahagún; b) la predestinación y
características personales del artista náhuatl y e) las diversas clases de
artistas.
En el siguiente texto, los
informantes de Sahagún hablan de los varios sitios en que moraron antes los
toltecas, narran lo que saben acerca de Tula.
"De
verdad allí estuvieron juntos,
estuvieron
viviendo.
Muchas
huellas de lo que hicieron
y
que allí dejaron todavía están allí, se ven,
las
no terminadas, las llamadas columnas de serpientes.
Eran
columnas redondas de serpientes,
su
cabeza se apoya en la tierra,
su
cola, sus cascabeles están arriba.
y
también se ve el monte de los toltecas
y
allí están las pirámides toltecas,
las
construcciones de tierra y piedra, los muros estucados.
Allí
están, se ven también restos de la cerámica de los toltecas, se sacan de la
tierra tazas y ollas de los toltecas
y
muchas veces se sacan de la tierra collares de los toltecas, pulseras
maravillosas,
piedras verdes, turquesas, esmeraldas..."
En el siguiente, explican el
origen de las creaciones de los toltecas. Los tlamatinime ofrecen la visión
ideal de la antigua cultura, de la que los nahuas posteriores afirmaban ser sus
herederos:
"Los
toltecas eran gente experimentada,
todas
sus obras eran buenas, todas rectas,
todas
bien hechas, todas admirables.
Sus
casas eran hermosas,
sus
casas con incrustaciones de mosaicos de turquesa, pulidas, cubiertas de
estuco,
maravillosas.
Lo
que se dice una casa tolteca,
muy
bien hecha, obra en todos sus aspectos hermosa... Pintores, escultores y
labradores
de piedras,
artistas
de la pluma, alfareros, hilanderos, tejedores, profundamente
experimentados
en todo,
descubrieron,
le hicieron capaces
de
trabajar las piedras verdes, las turquesas.
Conocían
las turquesas, sus minas,
encontraron
las minas y el monte de la plata,
del
oro, del cobre, del estaño, del metal de la luna...
Estos
toltecas eran ciertamente sabios,
solían
dialogar con su propio corazón...
Hacían
resonar el tambor, las sonajas,
eran
cantores, componían cantos,
los
daban a conocer,
los
retenían en su memoria,
divinizaban
con su corazón
los
cantos maravillosos que componían...".
La gran estimación que
tenían los nahuas del siglo XV y XVI sobre las dotes artísticas de los
toltecas, tiene su muestra de más radical comprobación en el hecho de que la
palabra toltecátl vino a significar en la lengua náhuatl lo mismo que
“artista”. En todos los textos en los que se describen la figura y los rasgos
característicos de los cantores, pintores, orfebres, etc., se dice siempre que
son “toltecas”, que obran como toltecas, que sus creaciones son fruto de la
Toltecáyotl.
Toltécatl:
el artista, discípulo, abundante, múltiple, inquieto. El verdadero artista:
capaz, se adiestra, es hábil; dialoga con su corazón, encuentra las cosas con
su mente.
El
verdadero artista todo lo saca de su corazón; obra con deleite, hace las cosas
con calma, con tiento, obra como tolteca, compone cosas, obra hábilmente, crea;
arregla las cosas, las hace atildadas, hace que se ajusten."
Predestinación
y características personales del artista náhuatl
En cualquier cultura se
requieren algunas cualidades para llegar a ser artista. Lo que natura no da,
Salamanca no la presta. En el caso nahua, esto mismo se aplica, pero en
función de su mitología y su pensamiento
astrológico. Los informantes de Sahagún lo dicen:
"El
que nacía en esas fechas (Ce Xóchitl: Uno Flor...),
fuese
noble o puro plebeyo,
llegaba
a ser amante del canto, divertidor, comediante, artista. Tomaba esto en
cuenta,
merecía su bienestar y su dicha, vivía alegremente, estaba contento
en
tanto que tomaba en cuenta su destino,
o
sea, en tanto que se amonestaba a sí mismo, y se hacía digno de ello. Pero el
que
no se percataba de esto, si lo tenía en nada,
despreciaba
su destino, como dicen,
aun
cuando fuera cantor
o
artista, forjador de cosas,
por
esto acaba con su felicidad, la pierde.
(No
la merece). Se coloca por encima de los rostros ajenos, desperdicia
totalmente
su destino.
A
saber, con esto se engríe, se vuelve petulante.
Anda
despreciando los rostros ajenos,
se
vuelve necio y disoluto su rostro y su corazón,
su
canto y su pensamiento,
¡poeta
que imagina y crea cantos, artista del canto necio y disoluto!"
Existe otro texto de los
informantes de Sahagún que representa una especie de fundamento moral del
artista. En este caso se trata de la solemnidad que caía en el día Siete Flor:
"Y
el signo Siete Flor
se
decía que era bueno y malo.
En
cuanto bueno: mucho lo festejaban,
lo
tomaban muy en cuenta los pintores,
le
hacían la representación de su imagen,
le
hacían ofrendas.
En
cuanto a las bordadoras,
se
alegraban también con este signo.
Primero
ayunaban en su honor,
unas
por ochenta días, o por cuarenta,
o
por veinte ayunaban.
y he
aquí por qué hacían estas súplicas y ritos: para poder hacer algo bien,
para
ser .diestros,
para
ser artistas, como los toltecas,
para
disponer bien sus obras,
para
poder pintar bien,
sea
en su bordado o en su pintura.
Por
esto todos hacían incensaciones.
Hacían
ofrendas de codornices.
y
todos se bañaban, se rociaban
cuando
negaba la fiesta,
cuando
se celebraba el signo Siete Flor.
y en
cuanto malo (este signo),
decían
que cuando alguna bordadora
quebrantaba
ayuno,
dizque,
merecía
volverse
mujer pública,
ésta
era su fama y su manera de vida,
obrar
como mujer pública....
Pero
la que hacía verdaderos merecimientos, la que Be amonestaba a sí misma,
le resultaba
bien:
era
estimada,
se
hacía estimable,
donde
quiera que estuviese,
estaría
bien al Iado de todos,
sobre
la tierra.
Como
se decía también,
quien
nacía en ese día,
por
esto será experto
en
las variadas artes de los toltecas,
como
tolteca obrará.
Dará
vida a las cosas,
será
muy entendido en su corazón,
todo
esto, si se amonesta bien a sí mismo."
Diversas
Clases de artistas.
Existe en la documentación náhuatl recogida por Fray
Bernardino, toda una sección referente a las diversas categorías de artistas.
Una vez más repetimos que no es posible presentar aquí toda esa sección. Únicamente
daremos los textos que se refieren a algunas clases de artistas: el artista de
las plumas, el pintor, el alfarero, el orfebre y el platero.
Comenzando por el
amantécatl, artista de las plumas, veremos que el texto que describe su figura,
señala ya dos cualidades fundamentales del artista náhuatl: poseer una
personalidad bien definida, o como decían los sabios "ser dueño de un
rostro y un corazón", y además de esto la que debe ser suprema finalidad
de su arte: "humanizar el querer de la gente". Y después de presentar
el lado positivo del amantécatl, que como se sabe, trabajaba penachos,
abanicos, mantos y cortinajes maravillosos hechos de plumas finas, se traza
luego en el mismo texto el lado negativo, aplicable a los torpes artistas de
las plumas:
"Amantécatl:
el artista de las plumas.
Integro:
dueño de un rostro, dueño de un corazón.
El
buen artista de las plumas:
hábil,
dueño de sí,
de
él es humanizar el querer de la gente.
Hace
trabajos de plumas,
las
escoge, las ordena,
las
pinta de diversos colores,
las
junta unas con otras.
El
torpe artista de las plumas:
no
se fija en el rostro de las cosas, devorador, tiene en poco a los otros. Como
un
guajolote
de corazón amortajado, en su interior adormecido,
burdo,
mortecino,
nada
hace bien.
No
trabaja bien las cosas,
echa
a perder en vano cuanto toca."
La figura del tlahcuilo,
pintor, era de máxima importancia dentro de la cultura náhuatl. El era quien
pintaba los códices y los murales. Conocía las diversas formas de escritura
náhuatl, así como todos los símbolos de la mitología y la tradición.
"El
buen pintor:
tolteca
(artista) de la tinta negra y roja,
creador
de cosas con el agua negra...
El
buen pintor: entendido,
Dios
en su corazón,
que
diviniza con su corazón a las cosas,
dialoga
con su propio corazón.
Conoce
los colores, los aplica, sombrea. Dibuja los pies, las caras,
traza
las sombras, logra un perfecto acabado.
Como
si fuera un tolteca,
pinta
los colores de todas las flores."
La descripción del pintor y
del, artista de las plumas nos ha ofrecido ya varios rasgos del artista en el
mundo náhuatl. La figura del alfarero, zuquichiuhqui, "el que da forma al
barro", "el que lo enseña a mentir", para que aprenda a tomar
figuras innumerables, aparece en seguida.
"El que da un ser al
barro: de mirada aguda, moldea, amasa el barro.
El buen alfarero:
pone esmero en las cosas,
enseña al barro a mentir,
dialoga con su propio
corazón,
hace vivir a las cosas,
las crea, todo lo conoce
como si fuera un hace hábiles sus manos.
El mal alfarero:
torpe, cojo en su arte,
mortecino.
Flores
y cantos, lo único verdadero
Cierto es que
los informantes de Sahagún, hablan de una sociedad que tenía sus celebraciones
a lo largo de los años, en la que predominaban los sacrificios humanos.
Pero más allá de
eso, León Portilla rescata la visión de los tlamatinime en oposición con la
"Visión huitzilopóchtlica del universo". Al contrario de esa
visión guerrerista, los filósofos nahuas ensayan un nuevo método para encontrar
la forma de decir "palabras verdaderas", sobre lo que "está por
encima de nosotros", sobre el más allá.
El autor cita un
poema que se dice fue recitado en la casa de Tecayehuatzin, señor de
Huexotzinco, con ocasión de una junta de sabios y poetas:
"Así habla
Ayocuan Cuetzpaltzin
que ciertamente
conoce al dador de la vida...
Allí oigo su
palabra, ciertamente de él,
al dador de la
vida responde el pájaro cascabel.
Anda cantando,
ofrece flores, ofrece flores.
Como esmeraldas
y plumas de quetzal,
están lloviendo
sus palabras.
¿Allá se
satisface tal vez el dador de la vida?
¿Es esto lo
único verdadero sobre la tierra?”
León Portilla
dice que en la última pregunta está indicado el sentido de todo el poema: "¿Es esto lo único verdadero sobre la
tierra?" Una lectura atenta de las líneas anteriores mostrará
claramente que lo que se piensa puede ser “lo único verdadero sobre la tierra”,
es precisamente lo que tal vez "satisface al dador de la vida": los
cantos y las flores.
A primera vista
quizás causará esto alguna extrañeza. Sin embargo, un análisis del modismo o
complejo idiomático náhuatl "flores y cantos" posiblemente logrará
aclarar el genuino significado del texto citado. El Dr. Garibay, estudiando en
su Llave del Náhuall algunos de los principales caracteres estilísticos
de dicho idioma, se detiene en el análisis de lo que acertadamente llama difrasismo,
característico de esta lengua:
Concluiremos con un último texto en el que se presentan
las figuras de orfebres y plateros. La nota fundamental de este texto es su
realismo. El texto que a continuación se transcribe, debido también a los
informantes de Sahagún, es elocuente por sí mismo:
"Aquí
se dice
cómo
hacían algo
los
fundidores de metales preciosos.
Con
carbón, con cera diseñaban,
creaban,
dibujaban algo,
para
fundir el metal precioso,
bien
sea amarillo, bien sea blanco.
Así
daban principio a su obra de arte. . .
Si
comenzaban a hacer la figura de un ser vivo, si comenzaban la figura de un
animal, grababan, sólo seguían su semejanza,
imitaban
lo vivo,
para
que saliera en el metal,
lo
que se quisiera hacer.
Tal
vez un .huasteco,
tal
vez un vecino,
tiene
su nariguera,
su
nariz perforada, su flecha en la cara,
su
cuerpo tatuado con navajillas de obsidiana.
Así
se preparaba al carbón,
al
irse raspando, al irlo labrando.
Se
toma cualquier cosa,
que
Se quiera ejecutar,
tal
como es su realidad y su apariencia,
así
se dispondrá.
Por
ejemplo una tortuga,
así
se dispone del carbón,
su
caparazón como que se irá moviendo,
su
cabeza que sale de dentro de él,
que
parece moverse,
su
pescuezo y sus manos,
que
las está como extendiendo.
Si
tal vez un pájaro,
el
que va a salir del metal precioso,
asi
se tallará,
así
se raspará el carbón,
de
suerte que adquiera sus plumas, sus alas,
su
cola, sus patas.
O
tal vez cualquier cosa que se trate de hacer, así se raspa luego el carbón,
de
manera que adquiera sus escamas y sus aletas
así
se termina,
así
está parada su cola bifurcada.
Tal
vez es una langosta, o una lagartija,
se
le forman sus manos,
de
este modo se labra el carbón.
O
tal vez cualquier cosa que se trate de hacer, un animalillo o un collar de oro,
que
se ha de hacer con cuentas como semillas, que se mueven al borde,
obra
maravillosa pintada,
con
flores."
Leyendo con detenimiento los textos citados podemos
explorar el sentido y las categorías del arte de los antiguos mexicanos. No
podemos aplicar esquemáticamente los cánones occidentales, sino el de buscar e
ir descubriendo los moldes propios y sus propias implicaciones. Siendo así,
podremos acercarnos a una idea del artista náhuatl, heredero de la tradición
tolteca. El que está predestinado a ser a ser un tonalámatl porque es un ser
que dialoga con su propio corazón. El que se convierte en un toltéotl o corazón
endiosado, que equivale a ser visionario, amante de los códices, el lienzo, la
piedra, los metales preciosos y el barro. El que llega a ser tlaroltehuani,
aquel que introduce el simbolismo de la divinidad en las cosas.
A
manera de colofón
Confieso que este ensayo queda corto a las enormes
aportaciones que se han hecho sobre la estética en la cultura náhuatl. Existen
innumerables trabajos que fueron imposibles de consultar y otros que logramos
consultar.
Sin embargo, es necesario acotar lo siguiente: las
grandes aportaciones que se han hecho en este sentido, han sido elaboradas
desde la perspectiva externa a los pueblos originarios. Mucha razón tuvo don
Justino Fernández para criticar la actitud de los frailes y conquistadores al
incinerar las obras, los códices donde se contaba la historia de esta sociedad,
las únicas fuentes informativas que fueron hechas por los pueblos originarios.
De este punto depende la gran trascendencia la obra de
Fray Bernardino de Sahagún, por darse a la tarea de recoger la información de
los ancianos tlamatimines que vivieron en los años en que el fraile llegó a las
tierras mexicanas, y dejarlas escritas en sus obras que han sido caracterizadas
como la principal aportación de la cultura mexicana a la cultura universal.